La obsolescencia, término que a menudo se escucha en relación con productos tecnológicos, hace referencia al proceso mediante el cual un producto deja de ser útil o funcional, ya sea por desgaste, por incompatibilidad con nuevas tecnologías o, en algunos casos, por diseño deliberado. En una sociedad dominada por la tecnología y el consumo, la obsolescencia tiene repercusiones no sólo en el bolsillo del consumidor, sino también en el medio ambiente y en la ética empresarial.

  1. Obsolescencia programada. Es cuando al fabricar o crear un bien, se estudia el tiempo óptimo para que el producto deje de funcionar correctamente y necesite reparaciones o su substitución sin que el consumidor pierda confianza en la marca.
  2. Obsolescencia percibida. Cuando se crea un producto con una apariencia y más adelante se vende el mismo producto cambiando solo el diseño del mismo.
  3. Obsolescencia de especulación. Cuando el producto se comercializa incompleto o de menores prestaciones a bajo precio con el propósito de afianzarse en el mercado ofreciendo con posterioridad el producto mejorado.

Cártel Phoebus

El Cartel de Phoebus, formado en la década de 1920 por principales fabricantes de ampolletas o bombillas (Miembros. Osram, Philips, Tungsram, Associated Electrical Industries, Compagnie des Lampes, International General Electric, Lámparas «Z», España y el GE Overseas Group), es un ejemplo temprano y notorio de obsolescencia programada. Este consorcio estableció normas para limitar deliberadamente la vida útil de las bombillas a 1,000 horas, reduciendo su durabilidad para asegurar compras repetidas. Aunque se presentó como una medida de eficiencia estándar, en esencia, fue una táctica para impulsar el consumo y las ventas, sentando un precedente para futuras prácticas de fabricación y planteando interrogantes éticas sobre la vida útil intencionada de los productos.

Uno de los casos mas simpáticos y que puede confirmar el dicho «ya no lo hacen como antes» es el caso de la ampolleta Centennial Light lleva encendida desde 1901, 120 años.

Obsolescencia Programada: ¿Una Estrategia de Negocios?

La frase «ya no lo hacen como antes» resuena en muchos cuando observamos la vida útil reducida de productos actuales. En el contexto de la Gran Depresión de 1930, Bernard London propuso la obsolescencia planificada como solución, sugiriendo incluso que se legislara. Aunque nunca se convirtió en ley, la línea entre la sugerencia y la práctica real es tenue. El término «obsolescencia programada» fue popularizado en 1954 por el diseñador industrial Brook Stevens. Los primeros afectados por esta estrategia fueron productos cotidianos como el nylon y las ampolletas. Diseñados originalmente para durar, generaron altas ventas inicialmente, pero luego estas cayeron al no requerir reemplazo frecuente. Para 1940, la duración de las ampolletas fue deliberadamente limitada a 1.000 horas, imponiendo multas a las empresas que excedieran este límite. A lo largo de los años, empresas renombradas, como Apple en 2003, enfrentaron críticas por prácticas similares. Su iPod tenía una batería diseñada para durar solo 18 meses, haciendo que reemplazarla fuera más costoso que adquirir un nuevo dispositivo. Del mismo modo, algunas impresoras estaban programadas para imprimir un número limitado de hojas, tras lo cual presentaban fallos. Estos y otros ejemplos reflejan cómo la obsolescencia programada se ha convertido en una táctica comercial controvertida.

Te dejamos algunos ejemplos de Obsolescencia Programa

  1. Apple: La compañía fue objeto de críticas y demandas judiciales cuando se descubrió que las actualizaciones de software ralentizaban deliberadamente modelos antiguos de iPhone. Esta práctica aparentemente alentaba a los usuarios a comprar modelos más nuevos. Apple alegó que esto se hizo para preservar la vida útil de la batería en dispositivos más antiguos.
  2. Impresoras: Marcas como Epson y HP han sido criticadas por producir impresoras que muestran mensajes de error después de un cierto número de impresiones, sugiriendo que es necesario reemplazar los cartuchos de tinta incluso cuando todavía tienen tinta.
  3. Medios de almacenamiento: Los CD y DVD, en particular aquellos regrabables, tienen una vida útil limitada, y con el tiempo, pueden volverse ilegibles. Esto no solo está relacionado con el desgaste físico, sino también con degradación química.
  4. Electrodomésticos: Las lavadoras y refrigeradores de antaño solían durar décadas. Sin embargo, los modelos más modernos tienden a fallar después de unos pocos años (8 mencionan muchos técnicos), y a menudo resulta más económico reemplazar el electrodoméstico completo que arreglar una pieza defectuosa.
  5. Ropa y calzado: Muchas marcas de moda rápida producen ropa y zapatos que están diseñados para durar solo unas pocas temporadas. Esto no solo incentiva a los consumidores a comprar con más frecuencia, sino que también ha llevado a problemas significativos de desperdicio.
  6. Productos electrónicos: Muchos dispositivos electrónicos, como televisores, cámaras y laptops, son difíciles o costosos de reparar debido a componentes soldados, pegados o de difícil acceso. Esto puede hacer que los usuarios opten por comprar un producto nuevo en lugar de reparar el antiguo.
  7. Software: La obsolescencia también puede ser programada en el software. Por ejemplo, las versiones antiguas de software pueden dejar de recibir soporte o actualizaciones, forzando a los usuarios a comprar la versión más reciente.
  8. Baterías no reemplazables: Muchos dispositivos modernos, desde smartphones hasta herramientas eléctricas, vienen con baterías que están integradas y no están diseñadas para ser reemplazadas por el usuario. Una vez que la batería ya no retiene una carga adecuada, el dispositivo completo puede volverse inútil.
  9. Juguetes electrónicos: Algunos juguetes diseñados para niños, como mascotas virtuales o consolas de juegos portátiles, tienen una vida útil limitada y no pueden ser actualizados o reparados fácilmente.

El cine también hizo lo suyo con la película «El Hombre del Traje Blanco» de 1951, Alec Guinness (si!!! Obi-Wan Kenobi) interpreta a un científico que inventa un tejido que nunca se ensucia ni se desgasta. A primera vista, esta creación revolucionaria podría parecer el antídoto perfecto contra la obsolescencia programada, al prometer una durabilidad eterna. Sin embargo, la película destaca la resistencia que enfrenta el protagonista por parte de la industria y los trabajadores, ya que temen que un producto tan duradero destruiría la economía basada en el consumo repetido. Así, esta obra cinematográfica de 1951 ofrece una perspicaz crítica a la obsolescencia programada, poniendo de manifiesto los conflictos económicos y éticos que surgen cuando la innovación amenaza el status quo del mercado.

Por qué los autos o vehículos dejaron de ser negros.

La obsolescencia programada no solo ha afectado a productos electrónicos o ampolletas, sino que también ha dejado su huella en la industria automotriz. Uno de los ejemplos más emblemáticos en este ámbito es la relación entre DuPont y General Motors. DuPont, una gigante química, adquirió una importante participación en General Motors en la década de 1920. Fue durante esta alianza que surgieron cambios significativos en la estética de los automóviles. Antes de esto, Henry Ford, fundador de la Ford Motor Company, solía decir: «El cliente puede tener un coche del color que quiera, siempre y cuando sea negro». Esta visión se vio alterada cuando General Motors, bajo la influencia de DuPont, comenzó a ofrecer vehículos en una variedad de colores brillantes y atractivos. A través de su división «DuPont Performance Coating», la compañía introdujo una variedad de pinturas innovadoras que dieron a los autos un aspecto fresco y moderno. Esta estrategia no solo potenció las ventas al hacer que los modelos anteriores parecieran obsoletos en comparación, sino que también incentivó a los propietarios a considerar cambiar sus vehículos más a menudo, dado el atractivo estético de los nuevos colores disponibles cada año.

Obsolescencia Marketiana: El Arte de Renovar el Deseo del Consumidor

En un mundo donde la obsolescencia programada ha sido ampliamente discutida y criticada, emerge un concepto más sutil pero igualmente potente: la «obsolescencia marketiana». Este término, aunque no oficialmente reconocido en la literatura académica, describe una táctica astuta utilizada por las marcas para influir en la percepción del consumidor a través de estrategias de marketing.

La obsolescencia marketiana no se basa en diseñar productos que fallen después de cierto tiempo, sino en crear en el consumidor la sensación de que su producto ya no es lo suficientemente bueno, moderno o deseable. Se trata de renovar el deseo, de hacer que el cliente sienta la necesidad de adquirir la última versión de un producto, incluso si la versión anterior todavía funciona perfectamente.

Un claro ejemplo de esto puede ser el mundo de la moda. Las tendencias cambian con cada temporada, y lo que era «in» hace unos meses de repente se considera «out». Las marcas utilizan la publicidad, las redes sociales y las figuras influyentes para establecer estos cambios de tendencia, haciendo que los consumidores sientan que deben renovar constantemente su guardarropa para estar a la moda.

Otro ejemplo es el ámbito tecnológico. Si bien muchos dispositivos electrónicos no presentan fallos significativos en su funcionamiento, se lanzan nuevas versiones que ofrecen características mejoradas o diseños más atractivos, incentivando a los usuarios a actualizar sus dispositivos actuales. A través de presentaciones llamativas y campañas publicitarias envolventes, las empresas sugieren que poseer la versión más reciente es esencial para mantenerse al día.

La obsolescencia marketiana plantea dilemas éticos. Por un lado, impulsa la economía y fomenta la innovación. Pero por otro, contribuye al consumo excesivo y al desperdicio, ya que los productos perfectamente funcionales se descartan en favor de versiones ligeramente mejoradas. Además, alienta una cultura de insatisfacción, donde el deseo de lo nuevo eclipsa la apreciación de lo que ya se posee.

En resumen, la obsolescencia marketiana nos invita a reflexionar sobre nuestras decisiones de consumo. Aunque es natural querer lo mejor y lo más nuevo, es esencial reconocer cuándo somos impulsados por necesidades reales y cuándo somos influenciados por tácticas de marketing astutas. La verdadera resistencia podría residir en valorar la durabilidad y la funcionalidad por encima de la novedad efímera.